Todo medio de comunicación que se respete está en la obligación de tener corresponsales esparcidos por las diversas latitudes y longitudes de la tierra, este blog no va a ser la excepción. Sebastián Antezana Q., en un esfuerzo por ganarse el cielo perdido años atrás y en caracter de exclusiva, nos ofrece este artículo en el que nos revela "la otra vida" del emérito y reconocido Jaime Saenz. Los siguientes párrafos, los cuales no sé si son fruto de una abnegada investigación o de una fortuita casualidad, están destinados a causar mucho revuelo y sus continuaciones prometen, (esta es sólo la primera parte), ser aún más sorprendentes e intrigantes.
Dentro del panorama literario nacional la obra de Jaime Sáenz es sin lugar a dudas una de las más relevantes tanto en poesía como en narrativa. Tanto o más conocida y celebrada es, quizás, su figura, la forma de su leyenda: bohemio empedernido, bebedor consuetudinario, profundo conocedor de la ciudad y sus habitantes, casero de la noche, el frío y los márgenes. El caso de Sáenz, el excepcional caso de Sáenz, es uno de aquellos en los que vida y obra llegan a fusionarse íntimamente hasta el punto de hacerse ambas entidades una sola, por lo cual la mera evocación de su nombre da lugar a la aparición de una serie de imágenes comúnmente reconocidas, aceptadas y sin embargo, las más de las veces, parciales. El señor Sáenz fue, en efecto, un escritor de gran importancia y talento, un pionero en el campo literario, un borracho recurrente, y varias cosas más, y es precisamente allí donde se opera la mutación: Sáenz ha pasado poco a poco a convertirse en un lugar común y su imagen, que, por otra parte, parece haber sido reeditada en serie y parece reproducirse idéntica en varios personajes y obras emuladoras y vanas, se ha quedado también allí, en el cliché.
Al investigador de lo banal, al cazador de datos de figuras de culto o incluso al ciudadano de a pie, le interesará por lo tanto enterarse de la reciente aparición de una serie de fotografías y notas de prensa que nos muestran al señor Saenz bajo una luz muy distinta a la anterior. A ese mismo investigador, entonces, incluso más que al lector casual, le interesará descubrir mediante estas fotografías y artículos una afición de Saenz que hasta hace poco había pasado desapercibida. Ya la primera de las fotografías es suficientemente elocuente aunque, todo hay que decirlo, algo vieja y no tan bien conservada. Se adivina en ella quizás las postrimerías de la década de los cincuenta o los albores de los sesenta. Se muestra de frente y sonriente a un Jaime Saenz pletórico, tonificado e incluso juvenil, vestido únicamente de un traje de baño que parece haber sido azul oscuro o negro, con el cabello mojado y reluciente, aún frondoso sobre el cráneo. De la mano derecha del poeta cuelga lo que a todas luces es un par de aletas de nadar y de la izquierda, que le hace a la cámara una seña inconfundiblemente amable, un extraño par de lentes que, bien vistos, parecen ser el inicio de una muy particular escafandra. Al fondo y a la derecha de Saenz, el paisaje se muestra en efervescencia: En un extremo de la fotografía se adivinan las paredes blancas de San Pedro de Tiquina y a sus pies, sugerida amablemente por la luz del sol, una pequeña playa por la que pequeñas embarcaciones a remo comienzan a entrar al lago.
Las notas de prensa que, hasta el momento de su aparición, habían permanecido olvidadas –increíblemente- dan cuenta de una pasión que, en una primera instancia, provocaría en el lector asiduo de Saenz o incluso en el visitante ocasional de sus escritos, nada más que hilaridad. Aparentemente, desde los quince años Jaime Saenz, el poeta del alcohol y la noche, comenzó a cultivar la sana afición por la natación, los espacios abiertos y los grandes cuerpos de agua. Extraño resulta en verdad leer las notas de prensa de la vieja La Razón que anuncian, entre otras cosas, cómo “…el joven Jaime Saenz, una interesante promesa del deporte paceño, acaba de ganar el segundo puesto de la competencia de nado San Pedro-San Pablo, y suma este nuevo galardón a los tres conseguidos anteriormente en las piscinas de Miraflores y Obrajes…”. Aparentemente, los herederos del escritor encontraron un viejo legajo entre los papeles de Saenz, el año 2007, mientras hacían una revisión exhaustiva de sus pertenencias y escritos, durante el tiempo en que se preparaba la edición del libro Prosa breve de la editorial Plural, llevada a cabo por el infaltable saenziano Leonardo García Pabón –por cierto que Plural está haciendo un gran trabajo al reeditar toda la obra de Jaime Saenz-.
Hasta el momento no se sabe demasiado al respecto, pues las fotografías están siendo revisadas por los herederos y las notas de prensa estudiadas en las hemerotecas correspondientes, pero por lo poco que el que escribe pudo enterarse, se adivina una curiosa nueva faceta del escritor que obligaría a revisar las clásicas acepciones respecto a su persona, ya que la novedad –la ingeniosa novedad, casi una vuelta de tuerca perfecta, una pequeña ficción súbitamente inmiscuida en le vida del poeta- de encontrarnos súbitamente con un Jaime Saenz nadador –y nadador premiado y reconocido, además- sólo se acentúa y se convierte en franco asombro cuando nos enteramos de que Saenz no se quedó en la superficie sino que, motivado quizás por la misma pasión y el mismo desenfreno que lo llevó a vivir de la conocida forma en que vivió, decidió literalmente ahondar en el asunto y sumergirse en las aguas del Titicaca y otros lagos y lagunas del país, para revelar sorpresivamente aún una nueva faceta: la de Jaime Saenz buzo.
Por el momento no hay más novedades pero apenas me entere de algo prometo postearlo en este blog, al que, por cierto damos la bienvenida y al que estamos felices de colaborar como se pueda. Mientras tanto los dejo con esta imagen, apenas un contorno de lo que alcancé a ver en otra de las fotografías –sólo pude ver dos y a escondidas-: en la piscina olímpica de Obrajes, al parecer en algún momento de la década de los setenta, puede verse a un Jaime Saenz junto a otras dos personas, aparentemente sumergiéndose en las aguas y vistiendo una escafandra que, sorpresivamente, se revela como una gran máscara de pepino.
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