Es la tarde del 16 de agosto de 1936, un automóvil parquea en la puerta de la residencia de la familia Rosales, en Ángulo No. 1, Granada, España. Del coche bajan 5 hombres, uno de ellos es Ramón Ruiz Alonso (ex diputado de la CEDA). Se dirigen lentamente hacia la puerta, golpean, los atiende Esperanza Rosales.
- Tengo orden de detener a Federico García Lorca que Uds. tienen escondido aquí.
Pese a las protestas de la ama de casa, el escritor es conducido al edificio del gobierno civil, donde es recibido con un culetazo de un guardia y con la acusación de ser un “espía ruso”, argumento totalmente absurdo, una burda excusa para eliminarlo. La familia Rosales exige una explicación razonable o la liberación de García Lorca. A esa altura ya ningún argumento era válido, todos presentían el futuro que le deparaba al poeta. Otra noticia sacudía a los Rosales, Manuel Fernández, el cuñado de Federico y alcalde de Granada, había sido fusilado ese mismo día en la tarde.
José Rosales, uno de los hijos mayores de Esperanza, realiza toda clase de diligencias para obtener la libertad de García Lorca, intercambia palabras de tono fuerte con Ruiz Alonso, después se entrevista con el gobernador civil de Granada, José Valdés, el cual le explica la gravedad de las acusaciones: “socialista y agente de Moscú”; y finalmente habla con Antonio González, el gobernador militar, del cual obtiene una orden de libertad para Federico García Lorca.
A la mañana siguiente, y armado con el documento, José vuelve al edificio del gobierno civil. Valdés lo recibe y le informa que Lorca ya no está allí, que seguramente ya lo habrán fusilado y que andan tras la pista de su hermano, Luís Rosales, por haber refugiado a Federico. José sale desconsolado, teme por la vida de su hermano y lamenta la muerte de Lorca, pero la realidad es otra, Garcia Lorca todavía se encuentra con vida, lo habían trasladado a “La Colonia”, una villa cerca de Granada donde pasaban sus últimas horas los prisioneros sentenciados a muerte. Valdés no se podía dar el gusto de fusilar así como si nada a Federico, puesto que se trataba de un personaje importante y se necesitaba la orden de un superior –el General Queipo de Llano– para poder asesinarlo.
Posiblemente esa orden fue dada por Queipo de Llano a Valdés la noche del 18 de agosto por vía telefónica. La madrugada del 19 de agosto, el Buick que transportaba a los prisioneros salía de La Colonia con 4 “pasajeros”, se dirigió a Fuente Grande, una fuente al pie de Sierra Alfacar, no muy lejos de la villa. Al llegar, Federico y los otros 3 prisioneros son bajados del camión y fusilados prontamente. García Lorca muere asesinado a la edad de 38 años.
Por las características del hecho, no se conoce con exactitud el lugar donde está enterrado el cuerpo del poeta, pero se cree que yace al pie de la Sierra Alfacar o alrededor de un pequeño puente a pasos de la Fuente Grande.
Ante los ojos del mundo fue una muerte injustificada (al igual que las aproximadas 100.000 víctimas fusiladas durante el gobierno de Francisco Franco); su cercanía con el pensamiento de izquierda, su homosexualidad, su libertad, su éxito y su participación en manifiestos y peticiones de paz dispararon las alarmas de los dogmáticos. La pluma de Lorca cantó las verdades de esa España, verdades que irritaron y exacerbaron los viles instintos de los que estaban en el poder, que callaron su atrevimiento y talento, más no su pensamiento y obra, destinado a trascender como honestos testimonios del pensamiento del escritor.
- Tengo orden de detener a Federico García Lorca que Uds. tienen escondido aquí.
Pese a las protestas de la ama de casa, el escritor es conducido al edificio del gobierno civil, donde es recibido con un culetazo de un guardia y con la acusación de ser un “espía ruso”, argumento totalmente absurdo, una burda excusa para eliminarlo. La familia Rosales exige una explicación razonable o la liberación de García Lorca. A esa altura ya ningún argumento era válido, todos presentían el futuro que le deparaba al poeta. Otra noticia sacudía a los Rosales, Manuel Fernández, el cuñado de Federico y alcalde de Granada, había sido fusilado ese mismo día en la tarde.
José Rosales, uno de los hijos mayores de Esperanza, realiza toda clase de diligencias para obtener la libertad de García Lorca, intercambia palabras de tono fuerte con Ruiz Alonso, después se entrevista con el gobernador civil de Granada, José Valdés, el cual le explica la gravedad de las acusaciones: “socialista y agente de Moscú”; y finalmente habla con Antonio González, el gobernador militar, del cual obtiene una orden de libertad para Federico García Lorca.
A la mañana siguiente, y armado con el documento, José vuelve al edificio del gobierno civil. Valdés lo recibe y le informa que Lorca ya no está allí, que seguramente ya lo habrán fusilado y que andan tras la pista de su hermano, Luís Rosales, por haber refugiado a Federico. José sale desconsolado, teme por la vida de su hermano y lamenta la muerte de Lorca, pero la realidad es otra, Garcia Lorca todavía se encuentra con vida, lo habían trasladado a “La Colonia”, una villa cerca de Granada donde pasaban sus últimas horas los prisioneros sentenciados a muerte. Valdés no se podía dar el gusto de fusilar así como si nada a Federico, puesto que se trataba de un personaje importante y se necesitaba la orden de un superior –el General Queipo de Llano– para poder asesinarlo.
Posiblemente esa orden fue dada por Queipo de Llano a Valdés la noche del 18 de agosto por vía telefónica. La madrugada del 19 de agosto, el Buick que transportaba a los prisioneros salía de La Colonia con 4 “pasajeros”, se dirigió a Fuente Grande, una fuente al pie de Sierra Alfacar, no muy lejos de la villa. Al llegar, Federico y los otros 3 prisioneros son bajados del camión y fusilados prontamente. García Lorca muere asesinado a la edad de 38 años.
Por las características del hecho, no se conoce con exactitud el lugar donde está enterrado el cuerpo del poeta, pero se cree que yace al pie de la Sierra Alfacar o alrededor de un pequeño puente a pasos de la Fuente Grande.
Ante los ojos del mundo fue una muerte injustificada (al igual que las aproximadas 100.000 víctimas fusiladas durante el gobierno de Francisco Franco); su cercanía con el pensamiento de izquierda, su homosexualidad, su libertad, su éxito y su participación en manifiestos y peticiones de paz dispararon las alarmas de los dogmáticos. La pluma de Lorca cantó las verdades de esa España, verdades que irritaron y exacerbaron los viles instintos de los que estaban en el poder, que callaron su atrevimiento y talento, más no su pensamiento y obra, destinado a trascender como honestos testimonios del pensamiento del escritor.
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