El pasado 15 de agosto, vísperas de San Roque, asistí a la presentación del libro de Sebastián Antezana, La toma del manuscrito, obra ganadora del X Concurso Nacional de Novela.
Como en casi toda presentación de tal importancia, no faltó el protocolo, los ex presidentes, los discursos, los cumplidos y los acostumbrados clichés por parte de discursantes en general. Claro, esto hasta que Wilmer Urrelo tomó la palabra para presentar a “el Sebas”, que es como él se refiere a Sebastián Antezana (ni yo me tomo tal libertad, pero a Urrelo se le permite por ser el anterior ganador del premio), rompiendo un poco con el tono serio del evento e incluso arrancando una que otra lágrima de emoción de alguno de los presentes en el Salón de Honor de la XIII FIL.
En su discurso de presentación, sobrio y conciso (ambos, el autor y el discurso), Antezana valoró a la novela (al género, no a La toma del manuscrito), explicando cómo el proceso de escritura que requiere una novela le concede una relevancia extraordinaria por sobre otras expresiones literarias, asimismo vertió grandilocuentes adjetivos al género novelesco y recordó a algunos de sus favoritos (Joyce y Perec).
A medida que escuchaba sus palabras, recordé los días en que Sebastián se la pasaba encerrado en su casa, vestido con un buzo blanco (motivo constante de mis burlas) y una polera cualquiera, terminando y corrigiendo La toma del manuscrito, evadiendo mis ociosas conversaciones telefónicas o mis visitas para robarle libros, incluso negando las típicas salidas nocturnas. Su excusa para tales evasiones era que él se encontraba “en la zona”, ese instante ideal en el que las ideas fluyen sin desbordarse, las palabras se ordenan sutilmente una detrás de otra, los adjetivos sobran y un aura de seguridad se apodera de uno.
Pero no es fácil estar “en la zona”, no se trata de darse un tiempo libre y comenzar a crear (y me refiero a cualquier tipo de creación, no necesariamente a la escritura); para verdaderamente estar en esa zona hay que comprometerse y creer en lo que se está realizando, adentrarse en el proceso creativo como tal, de esta forma, en la búsqueda muchas veces uno llega a encontrar más de lo que espera, puede encontrarse a si mismo (o perderse totalmente, como le pasó a muchos).
Si bien la escritura puede ser terapéutica o una forma de escape o evasión de la realidad, en el momento en el que ella se hace parte intrínseca y latente de uno, en el momento en que deja de ser un pasatiempo o hobby, es cuando alcanza el status que Antezana describió en su presentación, cuando escribir es una necesidad y parte de una rutina de vida, (rutina en el mejor sentido), como una necesidad básica, fisiológica (Maslow debe estar revolcándose en su tumba), que nace con uno y no surge con el transcurso del tiempo.
Pero al mismo tiempo esta necesidad de escribir trae consigo una trampa, una maldición: el escribir puede llegar a ser una necesidad de difícil satisfacción. No sólo por la implacable autocrítica que tienen muchos autores con su trabajo, sino que la escritura se convierte en un “vicio” de investigar, adjetivar, profundizar, ahondar en un tema específico, hablar sobre algo que no se conoce y hacer creer al lector que sí, describir lugares que están tan alejados que el escritor jamás posará su mirada sobre ellos, o incluso plasmar en papel lugares que sólo existen en la imaginación del creador de historias.
Yo creo que el vicio se ha apoderado de Sebastián Antezana y que este esbozo de su obra personal no perdurará, ya que será sustituido por sus nuevos trabajos que seguramente superarán a esta su primera novela. Lastimosamente, hasta la publicación de esta entrada, no puedo ofrecer una reseña de la novela, puesto que durante el festejo/crápula que siguió a la mencionada presentación, mi copia del libro desapareció sin dejar rastro alguno, indicio inequívoco de la alegría y excesos que los amigos de Sebastián compartimos con él por este su importante logro. Felicidades hermano.
Como en casi toda presentación de tal importancia, no faltó el protocolo, los ex presidentes, los discursos, los cumplidos y los acostumbrados clichés por parte de discursantes en general. Claro, esto hasta que Wilmer Urrelo tomó la palabra para presentar a “el Sebas”, que es como él se refiere a Sebastián Antezana (ni yo me tomo tal libertad, pero a Urrelo se le permite por ser el anterior ganador del premio), rompiendo un poco con el tono serio del evento e incluso arrancando una que otra lágrima de emoción de alguno de los presentes en el Salón de Honor de la XIII FIL.
En su discurso de presentación, sobrio y conciso (ambos, el autor y el discurso), Antezana valoró a la novela (al género, no a La toma del manuscrito), explicando cómo el proceso de escritura que requiere una novela le concede una relevancia extraordinaria por sobre otras expresiones literarias, asimismo vertió grandilocuentes adjetivos al género novelesco y recordó a algunos de sus favoritos (Joyce y Perec).
A medida que escuchaba sus palabras, recordé los días en que Sebastián se la pasaba encerrado en su casa, vestido con un buzo blanco (motivo constante de mis burlas) y una polera cualquiera, terminando y corrigiendo La toma del manuscrito, evadiendo mis ociosas conversaciones telefónicas o mis visitas para robarle libros, incluso negando las típicas salidas nocturnas. Su excusa para tales evasiones era que él se encontraba “en la zona”, ese instante ideal en el que las ideas fluyen sin desbordarse, las palabras se ordenan sutilmente una detrás de otra, los adjetivos sobran y un aura de seguridad se apodera de uno.
Pero no es fácil estar “en la zona”, no se trata de darse un tiempo libre y comenzar a crear (y me refiero a cualquier tipo de creación, no necesariamente a la escritura); para verdaderamente estar en esa zona hay que comprometerse y creer en lo que se está realizando, adentrarse en el proceso creativo como tal, de esta forma, en la búsqueda muchas veces uno llega a encontrar más de lo que espera, puede encontrarse a si mismo (o perderse totalmente, como le pasó a muchos).
Si bien la escritura puede ser terapéutica o una forma de escape o evasión de la realidad, en el momento en el que ella se hace parte intrínseca y latente de uno, en el momento en que deja de ser un pasatiempo o hobby, es cuando alcanza el status que Antezana describió en su presentación, cuando escribir es una necesidad y parte de una rutina de vida, (rutina en el mejor sentido), como una necesidad básica, fisiológica (Maslow debe estar revolcándose en su tumba), que nace con uno y no surge con el transcurso del tiempo.
Pero al mismo tiempo esta necesidad de escribir trae consigo una trampa, una maldición: el escribir puede llegar a ser una necesidad de difícil satisfacción. No sólo por la implacable autocrítica que tienen muchos autores con su trabajo, sino que la escritura se convierte en un “vicio” de investigar, adjetivar, profundizar, ahondar en un tema específico, hablar sobre algo que no se conoce y hacer creer al lector que sí, describir lugares que están tan alejados que el escritor jamás posará su mirada sobre ellos, o incluso plasmar en papel lugares que sólo existen en la imaginación del creador de historias.
Yo creo que el vicio se ha apoderado de Sebastián Antezana y que este esbozo de su obra personal no perdurará, ya que será sustituido por sus nuevos trabajos que seguramente superarán a esta su primera novela. Lastimosamente, hasta la publicación de esta entrada, no puedo ofrecer una reseña de la novela, puesto que durante el festejo/crápula que siguió a la mencionada presentación, mi copia del libro desapareció sin dejar rastro alguno, indicio inequívoco de la alegría y excesos que los amigos de Sebastián compartimos con él por este su importante logro. Felicidades hermano.
2 comentarios:
muy bueno el articulo, que pena lo del libro, todavia se puede comprar?
espero que tengas más comentarios de escritores bolivianos porque no sé del tema y tengo q escribir de ello.
Muy bueno lo de Sebastian y espero pronto poder leer el libro, pocas veces he leido comentarios tan buenos de un libro boliviano
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