Era casi el mediodía y yo recién me estaba recogiendo, eso no era ninguna novedad, lo que sí era novedad era el peinado con el que llegaba a mi casa. Se trataba de una media cola pero donde la cola no pasaba simplemente a través de la liga para reunirse con el resto del cabello, sino que la cola en cuestión daba vuelta sobre si misma para volver a salir de la liga y recién juntarse con el resto de la cabellera. Era un peinado que lo había visto varias veces en algunos de mis greñudos amigos, pero con el cual yo nunca había experimentado… mierda, que buen peinado. Con tal arreglo en la cabeza me sentía todo un pirata.
Desde chango me fascinaron los piratas, en especial Sandokán, el Tigre de la Malasia, personaje de ficción creado por el escritor italiano Emilio Salgari. Las aventuras de este indómito héroe se desarrollan a mediados del siglo XIX en el sudeste asiático, a lo largo de las cuales lucha contra los intentos colonizadores de Inglaterra y Holanda. Estas historias influenciaron bastante en mis fantasías infantiles, idealizando a la piratería como la mejor forma de vida posible.
Mientras caminaba a mi casa y veía mi reflejo en varias superficies, recordaba esta mi fascinación con Sandokán y me preguntaba si yo tenía madera para haber sido pirata. Las ganas nunca me faltaron, la idea de surcar los mares pirateando siempre me pareció bastante interesante y no me hubiera molestado tener una dieta basada en galletas, cecina y ron. El asesinar a mis rivales a punta de espada o con un certero disparo de cañón suena bastante atractivo, asimismo, la sensación de peligro de vivir al margen de la justicia le pone bastante emoción a la vida. Sin embargo yo estaba tarde, la piratería estaba muerta y yo no.
En cierta entrevista, Ernesto Che Guevara declaró su encanto por el Tigre de la Malasia, no sólo por su lucha libertaria en contra de los colonizadores, sino por su integridad como persona. Cabe recordar que el estigma que rodea al pirata es el de un ratero, asesino, enfermo y mujeriego; todo lo contrario de Sandokán, el cual era un príncipe de Borneo desposeído de su trono y cuya familia había sido asesinada, eternamente enamorado de su esposa Mariana, formidable combatiente, valiente, fino, generoso e idealista. Pero lo que resultaba más atractivo de este y otros piratas (no solo para ávidos lectores como el Che, sino para la sociedad civil en general), es la aventura. Esa búsqueda de emociones nuevas y diversas, empapada de cierto aire romántico y trágico.
Buscar ese tipo de sensaciones a través de la piratería, en pleno siglo XXI y en Bolivia, resulta bastante difícil (por no decir imposible). En primer lugar me vería obligado a hacer mis primeras armas a bordo de una balsa de totora, en las pacíficas y sondables aguas del lago Titicaca. El nombre de esta embarcación no podría ser otro que Viracocha. Mis compañeros de armas serían seguramente pobladores de las inmediaciones del lago, que sólo me seguirían en mi empresa a cambio de un generoso pago por adelantado, sin comprender los ideales y sueños que subyacerían a tal aventura.
Ante la falta de embarcaciones mercantes con bandera enemiga o rutas mercantes importantes, nuestro pillaje se tendría que concentrar en los turistas extranjeros y en los incautos e ingenuos locales. Probablemente los botines más importantes serían cámaras fotográficas, pescado fresco, pasankallas, cactus, bloqueador solar y refrescos varios.
Dadas las magras condiciones de nuestra embarcación de totora, recrear los sanguinarios abordajes mostrados en libros, televisión y cine, resultaría un trabajo bastante moroso, por lo que nos conformaríamos con largas y cancinas persecuciones que probablemente durarían toda una tarde hasta poder estar a tiro de piedra de las víctimas. Quizás vientos favorables y los resistentes brazos de los remeros podrían facilitar esta tarea, puesto que nuestro presupuesto inicial no contemplaría la adquisición de motores ruidosos ni ningún tipo de maquinaria.
En cuestión de alimentos no tendríamos nada que envidiar a nuestros predecesores caribeños, asiáticos o europeos. Nuestra alimentación consistiría principalmente en hoja de coca, charque de llama y cerveza o algún tipo de singani, pisco o brebaje alcohólico elaborado con los más bajos estándares de calidad.
Ante la falta de arcabuces o cualquier otro tipo de arma de fuego, para nuestra defensa, intimidación y ataque utilizaríamos hondas, quimsacharanis, matasuegras y ciertas herramientas agrícolas propias de la región. Eventualmente emplearíamos tecnología asiática (fuegos artificiales chinos) o restos de pescado (cabezas, tripas y colas), las cuales arrojaríamos a las cubiertas de las embarcaciones enemigas a fin de advertirles sobre lo sanguinarios y peligrosos que somos.
Como buenos piratas, rendiríamos culto a la divinidad protectora correspondiente, en este caso (y a fin de evitar conflictos culturales y/o de credo) otorgaríamos los rangos de Alta Protectora y Patrona a la Pachamama y a la virgen de la Candelaria. Para tales efectos cumpliríamos sagradamente con los rituales de ofrendar sullu de llama (a la Pachamama) y hacer celebrar misa (a la virgen) cada que el calendario aymara, el santoral, el almanaque Bristol o las circunstancias así lo requieran. Ama sua, ama llulla y ama qhella serían nuestros preceptos.
El lago Titicaca cuenta con numerosas islas e islotes en los cuales podríamos asentar nuestra guarida y disfrazarla de restaurant, hostal, museo o cualquier otro negocio semejante. Asimismo, en muchas de estas islas existen ruinas precolombinas que ya nadie visita, podríamos utilizarlas para iniciar la construcción de la infraestructura deseada.
Fieles a las tradiciones locales, en vez de enarbolar la clásica bandera pirata (skull and bones) utilizaríamos como enseña a una variación de la tradicional wiphala, la cual, en vez de contar con los 7 colores característicos, estaría compuesta sencillamente por blanco y negro, patrón muy semejante al de las banderas de las carreras de autos, pero que en nuestro contexto, seguramente, sembraría horror en los ojos de nuestras desdichadas víctimas.
Al formar parte de la histórica hermandad pirata, nuestras identidades cambiarían obligatoriamente. En caso de que mi persona fuese designada capitán de la barca de totora, mi denominativo sería el Condor del Titicaca, o el Huanaco del Kollasuyo o (en el peor de los casos) la Viscacha del Lago; títulos que servirían para infundir pavor entre propios y extraños.
Al no contar con imperios enemigos (como en otrora fueron los ingleses), tendríamos que buscarnos un acérrimo némesis que nos combata con ferocidad, tenacidad y profundo odio. Nuestra primera opción serían los peruanos, que al contar con una casi respetable flota de navíos, podrían perseguirnos y cazarnos por las mansas aguas del Titicaca, convirtiendo a Puno en su cuartel general. Como Bolivia cuenta con 1 o 2 barcos que patrullan el lago, no tendríamos que preocuparnos de ellos, por otra parte, alcaldes de localidades bolivianas de las orillas, podrían convertirse en útiles aliados con los que podríamos compartir un pequeño porcentaje de nuestros botines a cambio de protección, mientras nosotros sembraríamos el terror en los enemigos puertos peruanos, ahuyentando el turismo de sus costas y trayéndolo a nuestros puertos aliados.
Pese a que la vestimenta tradicional de los piratas era so fucking hot, nosotros deberíamos adaptarnos a las condiciones climatológicas y a las telas y costura disponibles en la región. En vez de tricornios o sombreros adornados con plumas, recurriríamos al tradicional chullo (o ch’ullu) pero en colores oscuros y que infundan respeto. Para las faenas propias del barco, los marineros estarían en la libertad de usar las prendas que más cómodas les parezcan, pero a la hora de participar de un asalto, persecución, pillaje, preste, ofrenda a la Pacha, misa a la Virgen, vandalismo o cualquier ocasión en que el pirata en cuestión sea visto por personas ajenas al círculo primario de colegas o cuando pise tierra, deberá obligatoriamente vestir prendas de alpaca, tocuyo o alguna otra tela propia de la región, evitando siempre los colores vivos y alegres, optando por tonalidades oscuras o relacionadas a la tierra. Tatuajes, aretes o cualquier otro tipo de arte corporal quedaría a libre albedrío de los piratas.
Desde chango me fascinaron los piratas, en especial Sandokán, el Tigre de la Malasia, personaje de ficción creado por el escritor italiano Emilio Salgari. Las aventuras de este indómito héroe se desarrollan a mediados del siglo XIX en el sudeste asiático, a lo largo de las cuales lucha contra los intentos colonizadores de Inglaterra y Holanda. Estas historias influenciaron bastante en mis fantasías infantiles, idealizando a la piratería como la mejor forma de vida posible.
Mientras caminaba a mi casa y veía mi reflejo en varias superficies, recordaba esta mi fascinación con Sandokán y me preguntaba si yo tenía madera para haber sido pirata. Las ganas nunca me faltaron, la idea de surcar los mares pirateando siempre me pareció bastante interesante y no me hubiera molestado tener una dieta basada en galletas, cecina y ron. El asesinar a mis rivales a punta de espada o con un certero disparo de cañón suena bastante atractivo, asimismo, la sensación de peligro de vivir al margen de la justicia le pone bastante emoción a la vida. Sin embargo yo estaba tarde, la piratería estaba muerta y yo no.
En cierta entrevista, Ernesto Che Guevara declaró su encanto por el Tigre de la Malasia, no sólo por su lucha libertaria en contra de los colonizadores, sino por su integridad como persona. Cabe recordar que el estigma que rodea al pirata es el de un ratero, asesino, enfermo y mujeriego; todo lo contrario de Sandokán, el cual era un príncipe de Borneo desposeído de su trono y cuya familia había sido asesinada, eternamente enamorado de su esposa Mariana, formidable combatiente, valiente, fino, generoso e idealista. Pero lo que resultaba más atractivo de este y otros piratas (no solo para ávidos lectores como el Che, sino para la sociedad civil en general), es la aventura. Esa búsqueda de emociones nuevas y diversas, empapada de cierto aire romántico y trágico.
Buscar ese tipo de sensaciones a través de la piratería, en pleno siglo XXI y en Bolivia, resulta bastante difícil (por no decir imposible). En primer lugar me vería obligado a hacer mis primeras armas a bordo de una balsa de totora, en las pacíficas y sondables aguas del lago Titicaca. El nombre de esta embarcación no podría ser otro que Viracocha. Mis compañeros de armas serían seguramente pobladores de las inmediaciones del lago, que sólo me seguirían en mi empresa a cambio de un generoso pago por adelantado, sin comprender los ideales y sueños que subyacerían a tal aventura.
Ante la falta de embarcaciones mercantes con bandera enemiga o rutas mercantes importantes, nuestro pillaje se tendría que concentrar en los turistas extranjeros y en los incautos e ingenuos locales. Probablemente los botines más importantes serían cámaras fotográficas, pescado fresco, pasankallas, cactus, bloqueador solar y refrescos varios.
Dadas las magras condiciones de nuestra embarcación de totora, recrear los sanguinarios abordajes mostrados en libros, televisión y cine, resultaría un trabajo bastante moroso, por lo que nos conformaríamos con largas y cancinas persecuciones que probablemente durarían toda una tarde hasta poder estar a tiro de piedra de las víctimas. Quizás vientos favorables y los resistentes brazos de los remeros podrían facilitar esta tarea, puesto que nuestro presupuesto inicial no contemplaría la adquisición de motores ruidosos ni ningún tipo de maquinaria.
En cuestión de alimentos no tendríamos nada que envidiar a nuestros predecesores caribeños, asiáticos o europeos. Nuestra alimentación consistiría principalmente en hoja de coca, charque de llama y cerveza o algún tipo de singani, pisco o brebaje alcohólico elaborado con los más bajos estándares de calidad.
Ante la falta de arcabuces o cualquier otro tipo de arma de fuego, para nuestra defensa, intimidación y ataque utilizaríamos hondas, quimsacharanis, matasuegras y ciertas herramientas agrícolas propias de la región. Eventualmente emplearíamos tecnología asiática (fuegos artificiales chinos) o restos de pescado (cabezas, tripas y colas), las cuales arrojaríamos a las cubiertas de las embarcaciones enemigas a fin de advertirles sobre lo sanguinarios y peligrosos que somos.
Como buenos piratas, rendiríamos culto a la divinidad protectora correspondiente, en este caso (y a fin de evitar conflictos culturales y/o de credo) otorgaríamos los rangos de Alta Protectora y Patrona a la Pachamama y a la virgen de la Candelaria. Para tales efectos cumpliríamos sagradamente con los rituales de ofrendar sullu de llama (a la Pachamama) y hacer celebrar misa (a la virgen) cada que el calendario aymara, el santoral, el almanaque Bristol o las circunstancias así lo requieran. Ama sua, ama llulla y ama qhella serían nuestros preceptos.
El lago Titicaca cuenta con numerosas islas e islotes en los cuales podríamos asentar nuestra guarida y disfrazarla de restaurant, hostal, museo o cualquier otro negocio semejante. Asimismo, en muchas de estas islas existen ruinas precolombinas que ya nadie visita, podríamos utilizarlas para iniciar la construcción de la infraestructura deseada.
Fieles a las tradiciones locales, en vez de enarbolar la clásica bandera pirata (skull and bones) utilizaríamos como enseña a una variación de la tradicional wiphala, la cual, en vez de contar con los 7 colores característicos, estaría compuesta sencillamente por blanco y negro, patrón muy semejante al de las banderas de las carreras de autos, pero que en nuestro contexto, seguramente, sembraría horror en los ojos de nuestras desdichadas víctimas.
Al formar parte de la histórica hermandad pirata, nuestras identidades cambiarían obligatoriamente. En caso de que mi persona fuese designada capitán de la barca de totora, mi denominativo sería el Condor del Titicaca, o el Huanaco del Kollasuyo o (en el peor de los casos) la Viscacha del Lago; títulos que servirían para infundir pavor entre propios y extraños.
Al no contar con imperios enemigos (como en otrora fueron los ingleses), tendríamos que buscarnos un acérrimo némesis que nos combata con ferocidad, tenacidad y profundo odio. Nuestra primera opción serían los peruanos, que al contar con una casi respetable flota de navíos, podrían perseguirnos y cazarnos por las mansas aguas del Titicaca, convirtiendo a Puno en su cuartel general. Como Bolivia cuenta con 1 o 2 barcos que patrullan el lago, no tendríamos que preocuparnos de ellos, por otra parte, alcaldes de localidades bolivianas de las orillas, podrían convertirse en útiles aliados con los que podríamos compartir un pequeño porcentaje de nuestros botines a cambio de protección, mientras nosotros sembraríamos el terror en los enemigos puertos peruanos, ahuyentando el turismo de sus costas y trayéndolo a nuestros puertos aliados.
Pese a que la vestimenta tradicional de los piratas era so fucking hot, nosotros deberíamos adaptarnos a las condiciones climatológicas y a las telas y costura disponibles en la región. En vez de tricornios o sombreros adornados con plumas, recurriríamos al tradicional chullo (o ch’ullu) pero en colores oscuros y que infundan respeto. Para las faenas propias del barco, los marineros estarían en la libertad de usar las prendas que más cómodas les parezcan, pero a la hora de participar de un asalto, persecución, pillaje, preste, ofrenda a la Pacha, misa a la Virgen, vandalismo o cualquier ocasión en que el pirata en cuestión sea visto por personas ajenas al círculo primario de colegas o cuando pise tierra, deberá obligatoriamente vestir prendas de alpaca, tocuyo o alguna otra tela propia de la región, evitando siempre los colores vivos y alegres, optando por tonalidades oscuras o relacionadas a la tierra. Tatuajes, aretes o cualquier otro tipo de arte corporal quedaría a libre albedrío de los piratas.
Con todas estas correrías y aventuras, quizás no sólo nos beneficiaríamos nosotros, también le haríamos una buena publicidad al lago Titicaca y su postulación como una de las 7 maravillas naturales del mundo, demostrando que las cualidades hidrográficas del citado lago son ideales para la piratería y el pillaje, además de contar con bonitos paisajes y atardeceres, capaces de tocar el corazón del pirata más sanguinario y brutal.
3 comentarios:
Wazzup!!! Ta ´tocado el compadre. Que si pirate si o no del Caribe? Los cuernos oye!!! Que mi mamma sigue virgen
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