Es sabido por todos que los homenajes deben ser hechos en vida, los homenajes póstumos muchas veces caen en la condescendencia y en el halago forzado y estilizado. Cuando un escritor muere, el cliché más habitual consiste en decir que aunque el autor esté muerto, su obra perdurará en el tiempo, cosa que a ciencia cierta no sabemos si será realidad o no. En fin, el punto es que hace poco más de una semana, el escritor estadounidense David Foster Wallace apareció ahorcado en su domicilio en California, él contaba con 46 años y esto no es un homenaje.
Cualquiera tiene derecho de preguntarse quién es David Foster Wallace, a lo cual yo respondo que él era un escritor de esos difíciles de clasificar dentro de las habituales categorías a las que se presta la literatura convencional. Sí, convencional. Con esto no trato de insinuar que Foster sea discípulo de aquellos franceses surrealistas u oulipianos de los sesentas, sino que él se caracterizaba por explotar (de estallar, reventar, no de utilizar o aprovechar) los códigos estéticos precedentes, tener un lenguaje incendiario, radicales planteamientos literarios y ser crudamente experimental; ya lo afirmaba en una entrevista: “Lo esencial es la emoción. La escritura tiene que estar viva, y aunque no sé cómo explicarlo, se trata de algo muy sencillo: desde los griegos, la buena literatura te hace sentir un nudo en la boca del estómago. Lo demás no sirve para nada”.
El autor norteamericano era conocido por 3 cosas: era capaz de despertar gran afecto en cuantos trataban con él (ya sean sus alumnos o colegas de Pomona College, Claremont); una marcada propensión a sumergirse en estados de ánimo sumamente sombríos (hace unos años, el propio escritor pidió ser internado en una unidad de vigilancia hospitalaria pues no se sentía capaz de controlar su compulsión al suicidio), y finalmente por su obra cumbre La broma infinita.
Esta magna obra (magna en el sentido de su extensión, pues posee más de 1000 páginas y unos buenos centenares de notas, algunas de las cuales son de notable tamaño) es considerada por muchos la novela más audaz e innovadora escrita en EE.UU. durante la última década del siglo XX. La broma infinita está ambientada en el año 2025 donde las grandes corporaciones patrocinan y dan nombres a los años. La acción transcurre en un centro de rehabilitación para las drogas y una academia de tenis de élite, escenarios donde se hace una sátira de nuestro tiempo y un escrutinio de la soledad del individuo. Al respecto, el propio Foster decía: “los Estados Unidos son un buen lugar para vivir. La economía es muy potente, y el país nada en la abundancia. Y sin embargo, a pesar de todo eso, entre la gente de mi edad, incluso los que pertenecemos a una clase acomodada que no ha sido víctima de ningún tipo de discriminación, hay una sensación de malestar, una tristeza y una desconexión muy profundas”. Pero su descripción del contexto no la hace utilizando un realismo común y corriente, sino mediante un lenguaje divertido e ingenioso, usando consideraciones filosóficas a través de los más variados temas: trigonometría, adicción a las drogas, tenis, cine, pop art, tecnología, grunge, la televisión, etc.; buscando y descubriendo lo irracional y absurdo de los actos cotidianos y la deshumanización de cualquier empatía.
Un pesimista de nuestros tiempos que terminó sus días escapando del mundo que tanto había criticado, liberándose de las cargas que lo atormentaban y que al mismo tiempo fueron las que propiciaron que pueda crear una gran obra. Me cago, al final esto sí es un homenaje y la obra de David Foster Wallace trascenderá en el tiempo.
Cualquiera tiene derecho de preguntarse quién es David Foster Wallace, a lo cual yo respondo que él era un escritor de esos difíciles de clasificar dentro de las habituales categorías a las que se presta la literatura convencional. Sí, convencional. Con esto no trato de insinuar que Foster sea discípulo de aquellos franceses surrealistas u oulipianos de los sesentas, sino que él se caracterizaba por explotar (de estallar, reventar, no de utilizar o aprovechar) los códigos estéticos precedentes, tener un lenguaje incendiario, radicales planteamientos literarios y ser crudamente experimental; ya lo afirmaba en una entrevista: “Lo esencial es la emoción. La escritura tiene que estar viva, y aunque no sé cómo explicarlo, se trata de algo muy sencillo: desde los griegos, la buena literatura te hace sentir un nudo en la boca del estómago. Lo demás no sirve para nada”.
El autor norteamericano era conocido por 3 cosas: era capaz de despertar gran afecto en cuantos trataban con él (ya sean sus alumnos o colegas de Pomona College, Claremont); una marcada propensión a sumergirse en estados de ánimo sumamente sombríos (hace unos años, el propio escritor pidió ser internado en una unidad de vigilancia hospitalaria pues no se sentía capaz de controlar su compulsión al suicidio), y finalmente por su obra cumbre La broma infinita.
Esta magna obra (magna en el sentido de su extensión, pues posee más de 1000 páginas y unos buenos centenares de notas, algunas de las cuales son de notable tamaño) es considerada por muchos la novela más audaz e innovadora escrita en EE.UU. durante la última década del siglo XX. La broma infinita está ambientada en el año 2025 donde las grandes corporaciones patrocinan y dan nombres a los años. La acción transcurre en un centro de rehabilitación para las drogas y una academia de tenis de élite, escenarios donde se hace una sátira de nuestro tiempo y un escrutinio de la soledad del individuo. Al respecto, el propio Foster decía: “los Estados Unidos son un buen lugar para vivir. La economía es muy potente, y el país nada en la abundancia. Y sin embargo, a pesar de todo eso, entre la gente de mi edad, incluso los que pertenecemos a una clase acomodada que no ha sido víctima de ningún tipo de discriminación, hay una sensación de malestar, una tristeza y una desconexión muy profundas”. Pero su descripción del contexto no la hace utilizando un realismo común y corriente, sino mediante un lenguaje divertido e ingenioso, usando consideraciones filosóficas a través de los más variados temas: trigonometría, adicción a las drogas, tenis, cine, pop art, tecnología, grunge, la televisión, etc.; buscando y descubriendo lo irracional y absurdo de los actos cotidianos y la deshumanización de cualquier empatía.
Un pesimista de nuestros tiempos que terminó sus días escapando del mundo que tanto había criticado, liberándose de las cargas que lo atormentaban y que al mismo tiempo fueron las que propiciaron que pueda crear una gran obra. Me cago, al final esto sí es un homenaje y la obra de David Foster Wallace trascenderá en el tiempo.
1 comentario:
todavia me encuentro en estado de shock...
!!
...todavia despierto y miro, y siento, aja! las palabras de las q el tanto hablaba se ven surfeando por diferentes blogs como este...
saludos
MaJo
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